jueves, 10 de julio de 2014

Reimprontaciones



Alejandro Rozado

El pasado es importante no por su anterioridad
sino por su alteridad.
JEAN CHESNEAUX


Veamos ahora en qué consiste la reimprontación. La palabra denota el acto de volver a improntar. La impronta es, psicológica y etológicamente, un aprendizaje básico implantado en la mente del sujeto en un momento crítico especial de su vida. La impronta es una huella profunda en la psicología que se instala en el plano de las creencias del ser humano. La reimprontación, por tanto, es una reedición del aprendizaje a nivel impronta, a nivel creencia básica.

He dicho ya que, para propósitos terapéuticos, el pasado no sólo es todo aquello que pasó, sino también todo aquello que pudo haber pasado, independientemente de si en verdad ocurrió o no; y ello es así porque simple y sencillamente la vida está preparada, en ciertas coyunturas dadas, para transcurrir por uno u otro de los caminos que se nos presentan como dilemas.

Añado ahora que, intrapsíquicamente, el pasado se configura como una versión -y sólo una- de lo que creemos es nuestra historia. Por tanto, cuando aquí hablamos de cambiar nuestro pasado no significa cambiar lo que pasó -cosa, por lo demás, imposible- sino solamente cambiar nuestra versión del pasado que tenemos hoy. El resultado de dicho cambio sería una nueva versión, un nuevo relato -una nueva impronta.

Aquí no importa, insisto, que esta nueva versión adquirida en terapia jamás haya ocurrido en realidad; basta que dicha nueva impronta ocurra verdaderamente en nuestra mente como un acontecimiento verosímil; es decir, que parezca verdad y no una mera fantasía. Y sólo puede ser verosímil una narración si ésta se apega al principio de realidad.

La reimprontación es la forma de intervención que sintetiza positivamente las anteriores consideraciones. En otras palabras, es el procedimiento terapéutico destinado a inducir en la mente del paciente -aquejado por algún trauma emocional que adquirió el carácter de impronta- un acontecimiento verosímil que establezca un cambio de percepción de su propio pasado. En efecto, la reimprontación suele tener un poderoso impacto psíquico, aunque sólo a nivel inconsciente, ya que conscientemente uno sabe que lo que sucedió no puede cambiarse (es imposible regresar el tiempo); sin embargo, lo que sí podemos lograr clínicamente es que el paciente sienta y actúe como si su pasado -presumiblemente traumático- fuese otro más benévolo (pues los "hubieras" sí existen).

Daré un ejemplo: una mujer de 35 años, llamada Adela, acudió a consulta porque experimentaba dolor al tener sexo con su marido -dolor que la conducía a evitar su vida sexual. Al preguntarle yo si había sufrido algún tipo de agresión sexual en su pasado, me dijo que sí: cuando tenía 13 años fue violada por su abuelo, quien una noche llegó borracho a la habitación que Adela compartía con otra hermana (que también había sido víctima del abuelo). Lo que más me llamó la atención de ese hecho traumático de su pasado fue que su recuerdo era "a oscuras", pues el abuelo actuaba en la sombra, por lo que Adela sólo recordaba sensaciones y sonidos -mas no imágenes del trauma-: en particular, el olor del aliento alcohólico del agresor. Decidí realizar una reimprontación con mi paciente introduciendo como elemento emergente la luminosidad de la experiencia: le induje un trance hipnótico dirigido que nos condujo a la época en que ocurrió su trauma, y le pedí a Adela que desde el punto de vista de la adolescente que fue de 13 años reprodujese exactamente la situación previa a la agresión que iba a sufrir: "Recuerda cómo escuchas al abuelo que entra sigiloso a tu recámara, cómo se te acerca y cómo lo hueles"... En ese momento del trance -y con su debido suspenso narrativo-, dirigí un cambio de los hechos reales: hice que, de pronto, Adela imaginara que su hermana que dormía en la cama de al lado, percatándose de las intenciones del abuelo, se levantase y encendiese la luz de la habitación, exclamando: "¡Qué está usted haciendo aquí, abuelo, váyase a su cuarto!"... irrumpió en la mente de Adela una nueva impronta. La agresión, en el trance, se había conjurado y pude observar en el rostro de Adela la sorpresa de este cambio narrativo... No daré más detalles de la intervención -que fue bastante más compleja de lo aquí descrito. Sólo diré que al poco tiempo, Adela me notificó que ya no sentía dolor al tener sexo con su esposo y que esto mejoró notablemente su relación de pareja. Lo curioso es que ella no identificaba bien la razón de este cambio de su comportamiento sexual -yo sí.

Adela era una muchacha que -como tantas otras- tenía una vida sana y un futuro prometedor; no estaba contemplado por ella sufrir tal infortunio perpetrado por su abuelo. No sólo fue algo injusto sino injustificado: su vida posterior emocional -desdichada, avergonzada y somatizada por ese trauma- no tenía justificación alguna, mientras que su anterior vida se detuvo en forma latente durante más de dos décadas. La reimprontación que Adela experimentó en terapia le ayudó a cerrar ese triste y largo paréntesis de su vida. Ahora, ella vive una situación muy particular: sabe en su conciencia que fue violada por el abuelo, pero al mismo tiempo se desenvuelve en todos los ámbitos de su vida como si aquella agresión de su adolescencia no le hubiese ocurrido a ella. ¿Por qué? Porque su inconsciente tiene registrado otra versión de los hechos.

Como se puede inferir, la reimprontación es una de las técnicas de sanación más poderosas; se apoya en lo que alguna vez el sociólogo francés, Jean Chesneaux, sugirió como "terapéutica de la historia": es decir, en la capacidad que tenemos de remover el pasado desde el presente en el imaginario de las personas -y de las sociedades.  



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Escribe aquí tu comentario a este artículo