sábado, 9 de agosto de 2014

El perdón es un acto social -no individual


Alejandro Rozado


Existe un verdadero lugar común en las terapias tradicionales acerca de la práctica del perdón que conviene revisar desde el punto de vista de la psicoterapia de enfoque socio-histórico. Cuando un paciente manifiesta su resentimiento por alguna ofensa recibida o, peor aún, por cierto agravio irreparable, y la herida, además, es honda y perdurable, el terapeuta tradicional tiende a orientar a su cliente para que "aprenda a perdonar" a su agresor. No importa si la agresión consistió en una violación sexual o en el secuestro o eliminación de un ser querido. Lo importante es que la víctima "sepa perdonar para sanar su alma".

Este requisito (saber perdonar) es concebido como un acto unilateral que debe ejecutar el agraviado, independientemente de la actitud que tenga su agresor. El imperativo moral es tan poderoso que casi se convierte en una obligación. Los resultados de la mayoría de estas "terapias del perdón" dejan mucho que desear. Sólo almas demasiado piadosas son capaces de sobreponerse al dolor del agravio, colocarse por encima de sí mismas y dar el perdón a su victimario. Pero en la mayoría de los casos no es así: los egos fuertes que fomenta la cultura individualista de nuestra modernidad y posmodernidad impiden, lógicamente, alcanzar niveles altos de desprendimiento y generosidad -máxime si el agresor permanece tan campante, como si nada hubiese hecho. Un incontenible sentimiento de justicia, incluso de venganza, termina imponiéndose en el sujeto ultrajado, no obstante los reiterados esfuerzos terapéuticos tradicionales.

Desde la perspectiva de la psicoterapia de enfoque socio-histórico, el perdón no es un fenómeno meramente individual sino un acto social por excelencia. Es una interacción entre, al menos, dos personas: una que solicita el perdón y otra que decide otorgarlo o no. De manera que poco o nada sirve, desde este ángulo, que un sujeto intente perdonar a alguien si éste ni se da por aludido en el agravio que cometió; tampoco sirve de mucho que el agresor pida perdón sin un lenguaje corporal congruente de arrepentimiento; menos aún es de utilidad que dicho perdón lo solicite el agresor estableciendo condiciones del tipo: "está bien, te pido perdón, pero tú también reconoce que me hiciste enojar" (o sea que en el fondo te merecías mi agresión).

Para la nuestro enfoque socio-histórico de la terapia es necesario que existan disposiciones individuales subjetivas para que se pueda dar el perdón como una auténtica acción recíproca: arrepentimiento sincero de un lado y generosidad igualmente sincera del otro. Pero también se requiere propiciar -si esto es posible- un contexto social objetivo que consista en que a partir del reconocimiento mutuo del agravio cometido, uno exprese directamente su petición de perdón y el otro responda, también con toda claridad y congruencia, si otorga el perdón o no. La psicoterapia de enfoque socio-histórico busca reunir tanto esas condiciones objetivas como las subjetivas. Cuando estos requisitos se cumplen, las probabilidades de sanación de los agravios son mayores.

Surge, sin embargo, la siguiente pregunta: si el perdón es ante todo un hecho social y para ello se necesita que alguien lo solicite y que otro lo conceda, ¿qué se hace cuando lo anterior no ocurre, por ejemplo cuando el agresor ya murió? En virtud de que no se reúnen las condiciones sociales para que se dé la acción social del perdón, será menester entonces salir del dilema: perdono-no perdono, y superar el estado emocional negativo, lo cual significa convertir esa pena en un valor cada vez menos importante. Hay muchas técnicas terapéuticas -por ejemplo, las reestructuraciones o las reimprontaciones- que pueden ayudar a la superación de los agravios sin que uno se obligue a perdonar.





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