jueves, 10 de julio de 2014

Reimprontaciones



Alejandro Rozado

El pasado es importante no por su anterioridad
sino por su alteridad.
JEAN CHESNEAUX


Veamos ahora en qué consiste la reimprontación. La palabra denota el acto de volver a improntar. La impronta es, psicológica y etológicamente, un aprendizaje básico implantado en la mente del sujeto en un momento crítico especial de su vida. La impronta es una huella profunda en la psicología que se instala en el plano de las creencias del ser humano. La reimprontación, por tanto, es una reedición del aprendizaje a nivel impronta, a nivel creencia básica.

He dicho ya que, para propósitos terapéuticos, el pasado no sólo es todo aquello que pasó, sino también todo aquello que pudo haber pasado, independientemente de si en verdad ocurrió o no; y ello es así porque simple y sencillamente la vida está preparada, en ciertas coyunturas dadas, para transcurrir por uno u otro de los caminos que se nos presentan como dilemas.

Añado ahora que, intrapsíquicamente, el pasado se configura como una versión -y sólo una- de lo que creemos es nuestra historia. Por tanto, cuando aquí hablamos de cambiar nuestro pasado no significa cambiar lo que pasó -cosa, por lo demás, imposible- sino solamente cambiar nuestra versión del pasado que tenemos hoy. El resultado de dicho cambio sería una nueva versión, un nuevo relato -una nueva impronta.

Aquí no importa, insisto, que esta nueva versión adquirida en terapia jamás haya ocurrido en realidad; basta que dicha nueva impronta ocurra verdaderamente en nuestra mente como un acontecimiento verosímil; es decir, que parezca verdad y no una mera fantasía. Y sólo puede ser verosímil una narración si ésta se apega al principio de realidad.

La reimprontación es la forma de intervención que sintetiza positivamente las anteriores consideraciones. En otras palabras, es el procedimiento terapéutico destinado a inducir en la mente del paciente -aquejado por algún trauma emocional que adquirió el carácter de impronta- un acontecimiento verosímil que establezca un cambio de percepción de su propio pasado. En efecto, la reimprontación suele tener un poderoso impacto psíquico, aunque sólo a nivel inconsciente, ya que conscientemente uno sabe que lo que sucedió no puede cambiarse (es imposible regresar el tiempo); sin embargo, lo que sí podemos lograr clínicamente es que el paciente sienta y actúe como si su pasado -presumiblemente traumático- fuese otro más benévolo (pues los "hubieras" sí existen).

Daré un ejemplo: una mujer de 35 años, llamada Adela, acudió a consulta porque experimentaba dolor al tener sexo con su marido -dolor que la conducía a evitar su vida sexual. Al preguntarle yo si había sufrido algún tipo de agresión sexual en su pasado, me dijo que sí: cuando tenía 13 años fue violada por su abuelo, quien una noche llegó borracho a la habitación que Adela compartía con otra hermana (que también había sido víctima del abuelo). Lo que más me llamó la atención de ese hecho traumático de su pasado fue que su recuerdo era "a oscuras", pues el abuelo actuaba en la sombra, por lo que Adela sólo recordaba sensaciones y sonidos -mas no imágenes del trauma-: en particular, el olor del aliento alcohólico del agresor. Decidí realizar una reimprontación con mi paciente introduciendo como elemento emergente la luminosidad de la experiencia: le induje un trance hipnótico dirigido que nos condujo a la época en que ocurrió su trauma, y le pedí a Adela que desde el punto de vista de la adolescente que fue de 13 años reprodujese exactamente la situación previa a la agresión que iba a sufrir: "Recuerda cómo escuchas al abuelo que entra sigiloso a tu recámara, cómo se te acerca y cómo lo hueles"... En ese momento del trance -y con su debido suspenso narrativo-, dirigí un cambio de los hechos reales: hice que, de pronto, Adela imaginara que su hermana que dormía en la cama de al lado, percatándose de las intenciones del abuelo, se levantase y encendiese la luz de la habitación, exclamando: "¡Qué está usted haciendo aquí, abuelo, váyase a su cuarto!"... irrumpió en la mente de Adela una nueva impronta. La agresión, en el trance, se había conjurado y pude observar en el rostro de Adela la sorpresa de este cambio narrativo... No daré más detalles de la intervención -que fue bastante más compleja de lo aquí descrito. Sólo diré que al poco tiempo, Adela me notificó que ya no sentía dolor al tener sexo con su esposo y que esto mejoró notablemente su relación de pareja. Lo curioso es que ella no identificaba bien la razón de este cambio de su comportamiento sexual -yo sí.

Adela era una muchacha que -como tantas otras- tenía una vida sana y un futuro prometedor; no estaba contemplado por ella sufrir tal infortunio perpetrado por su abuelo. No sólo fue algo injusto sino injustificado: su vida posterior emocional -desdichada, avergonzada y somatizada por ese trauma- no tenía justificación alguna, mientras que su anterior vida se detuvo en forma latente durante más de dos décadas. La reimprontación que Adela experimentó en terapia le ayudó a cerrar ese triste y largo paréntesis de su vida. Ahora, ella vive una situación muy particular: sabe en su conciencia que fue violada por el abuelo, pero al mismo tiempo se desenvuelve en todos los ámbitos de su vida como si aquella agresión de su adolescencia no le hubiese ocurrido a ella. ¿Por qué? Porque su inconsciente tiene registrado otra versión de los hechos.

Como se puede inferir, la reimprontación es una de las técnicas de sanación más poderosas; se apoya en lo que alguna vez el sociólogo francés, Jean Chesneaux, sugirió como "terapéutica de la historia": es decir, en la capacidad que tenemos de remover el pasado desde el presente en el imaginario de las personas -y de las sociedades.  



miércoles, 9 de julio de 2014

Reestructuraciones


Alejandro Rozado

El pasado es lo que más cambia
JEAN-PAUL SARTRE

La intervención terapéutica con enfoque soio-histórico del pasado personal, entendido éste como una instancia viva y en continua transformación, reside básicamente en la reestructuración y en la reimprontación: dos procedimientos diferentes que poseen la misma filosofía respecto a que la historia es modificable desde el presente. Hablemos primero de la reestructuración.

Todo paciente que llega a consulta terapéutica nos narra su historia; puede que el sujeto sea muy metódico y comience a relatar hechos desde el principio, o bien comenzar a exponer sus problemas presentes y, desordenadamente, realizar flash backs que lo remonten a edades anteriores de su vida. Pero como quiera que sea, siempre hay una biografía viva latiendo atrás de la presentación de los síntomas y problemas que lo llevan a buscar ayuda terapéutica. Se trata de un relato biográfico casi siempre ya terminado, un guión concluido; y el paciente, por sí mismo, suele encontrarse sin posibilidades de aceptar modificaciones a dicho guión. Su pasado lo presupone inamovible por definición.

Otra característica de este relato de presentación del paciente es que su historia se desplaza por el nivel de hechos y circunstancias (qué ocurrió, dónde y cuándo) y poco profundiza en las ideas y creencias que condicionan lo que narra; sus referencias a niveles más elevados de la conciencia son tangenciales (por ejemplo, frases del tipo: "como mi familia viene del campo, es muy tradicional y mi madre no acepta la idea de que yo me divorcie"). O sea: el paciente expone su historia a nivel anecdótico, pero de ese anecdotario van apareciendo, de forma salpicada, símbolos con significados socio-psicológicos más profundos que fungen como verdaderas premisas narrativas.

La reestructuración del relato del paciente es esencial para que una terapia sea útil y exitosa, sobre todo en las primeras sesiones, porque trastoca la versión "fija" que el paciente trae de sí mismo y su pasado. Una reestructuración bien elaborada impacta profundamente al paciente por cuanto se le cuestiona la inmovilidad de su relato y se le revela una historia más profunda de su vida, más allá de lo anecdótico. Una intervención así logra encuadrar la terapia con un mapa más completo de la problemática del paciente; dicho mapa lo orientará para caminar con mayor claridad y sentido en su proceso terapéutico.

Veamos un ejemplo: un hombre de mediana edad, llamado Ángel, acudió a mi consultorio después de una infidelidad que cometió y que, aunque no significaba gran cosa para él, fue descubierto por su esposa. Me contó que era un profesionista que "vino de abajo" en la escala social, superándose desde niño a pesar de crecer en un ambiente hogareño y vecinal agresivo y amenazado por las drogas y la delincuencia. Sus éxitos profesionales denotaban que Ángel era un hombre de gran inteligencia y bien intencionado que procreó una familia con mejores oportunidades de vida. Sin embargo, mi paciente no se explicaba por qué ese potencial suyo no se reflejaba en un progreso económico consecuente: casi todos sus proyectos profesionales y de negocios terminaban malogrados. Me describía cómo iniciaba con entusiasmo un buen proyecto y a mitad del camino lo abandonaba inexplicablemente. "Creo que tengo baja autoestima", concluyó al final de su relato. Ángel esperaba de mí, lógicamente, un tratamiento que "le subiera la autoestima", pues él creía que estaba fallando por esa causa -y que implícitamente era culpa suya. Sin embargo, reestructuré su historia de esta manera: le dije que su autoestima estaba bien, que su problema era mucho más profundo, pues a pesar de sus esfuerzos conscientes -y hasta heroicos- por sobresalir y dejar atrás su origen social, su mente inconsciente sostenía todavía un pacto de lealtad con su familia y sus amigos de infancia (quienes terminaron muertos o en la cárcel sin excepción: sólo Ángel se salvó de semejante destino). En virtud de ese tremendo pacto originario, cualquier progreso de mi paciente estaba cargado de culpas y de una oculta sensación de traición a "los suyos". De ahí que todos los proyectos que emprendiera tenían que ser abortados para alinearse a esa especie de ley social implacable e infalible que actuaba sobre él. Después de entrar en más detalles que reforzaban esta reestructuración, Ángel reconoció que jamás había visto su problema desde este ángulo y que le parecía profundamente esclarecedor de su problema, de tal modo que lo terapéutico, en su caso, no era meramente "subir su autoestima" sino disolver de algún modo su pacto originario de lealtad.

Como se puede desprender de este sencillo ejemplo, la reestructuración es también una narración, pero que relata la historia del paciente no a partir de lo anecdótico y circunstancial sino a partir de las ideas y creencias (el pacto de lealtad) que forman la verdadera matriz de la historia. Mientras que el relato inicial del paciente suele ser inductivo, el de la reestructuración es deductivo.

Pero lo más importante es que la reestructuración revela al paciente una socialización fundacional perfectamente organizada desde los niveles más profundos de conciencia hasta los más superficiales (desde las creencias socializadas del sujeto hasta los contextos particulares de ciertas conductas específicas). Aquí está el punto clave de la psicoterapia de enfoque socio-histórico: concebir los problemas terapéuticos como derivados de socializaciones tanto del pasado como del mismo presente.

Desde luego, para elaborar toda reestructuración se requiere que el terapeuta disponga de ciertos recursos empáticos con el paciente y una habilidad intuitiva que no proporcionan, por cierto, las disciplinas racionales sino las artísticas. Pero eso es tema de otro artículo. Aquí lo importante es que entendamos que la reestructuración está compuesta por los mismos elementos constitutivos del relato anecdótico del paciente, pero configurados de otra manera según la cual el resultado es de un significado más profundo y acertado para el sistema terapéutico (el paciente y el terapeuta). En este sentido, se trata de una operación caleidoscópica: con sólo hacer un giro sobre los mismos elementos del relato original obtenemos otra figura fascinante: un relato más hondo.

También la reestructuración del relato puede compararse con un ajuste óptico de nuestro pasado. Como con cualquier lente fotográfica que encuadra cierta realidad, una imagen resultante puede enfocar cierto objetivo situado en algún plano de profundidad de la cámara, prescindiendo del foco de otros objetos colocados en planos más cercanos o lejanos. Pero un ajuste del mismo lente, y con el mismo encuadre de la realidad, puede ofrecer otra imagen en que destaquen con mayor nitidez y precisión otros objetos -en detrimento incluso del elemento focalizado por la imagen inicial.

En otro artículo abordaré en qué consiste la reimprontación, la otra manera socioterapéutica de intervenir desde el presente sobre nuestro pasado.

sábado, 5 de julio de 2014

El problema del relato de nuestro pasado

 
 
Alejandro Rozado
 
El historiador es un profeta que mira hacia el pasado.
FRIEDRICH SCHLEGEL

Si en terapia los "hubiera" sí existen (ver en este blog el artículo: http://nuevasocioterapia.blogspot.mx/search/label/El%20%22hubiera%22%20s%C3%AD%20existe), ello significa que algo podemos hacer con nuestro pasado. Pero, ¿qué es, para nuestros propósitos, el pasado?

Para los historiadores modernos, el pasado -como su exclusivo objeto de estudio- no es un cuerpo inerte y pasivo semejante a una piedra en observación, sino que es una entidad viva y en continuo cambio; el pasado es, entonces, un misterio fascinante: el gran relato de nuestras vidas, individuales y colectivas, sujeto a constantes modificaciones. Las diferentes versiones que nos vamos dando de nuestro pasado dependen, desde luego, de los nuevos datos descubiertos que alteran la visión de los hechos históricos; pero también dependen de ciertas transformaciones -digamos, trascendentes- que ocurren en nuestro presente y que nos obligan a revisar toda nuestra historia con nuevos ojos. Esto quiere decir que, con frecuencia, el presente modifica al pasado.

Esto nos precipita hacia una reflexión más atrevida: a saber, que el pasado entonces puede ser visto no como aquello que ya pasó y está perdido "allá atrás" -en alguna dimensión de la realidad exterior-, sino como un conocimiento en continua elaboración presente, organizado en nuestra memoria en forma de narración acerca de nosotros mismos. En otras palabras, el pasado es la versión elaborada aquí y ahora acerca de la vida que hemos tenido; versión que interviene activamente en nuestra cotidianeidad condicionando actitudes y ánimos diversos.

Sin embargo, no se puede operar sobre el pasado cualquier tipo de modificación, sino sólo aquellas que se sustenten en hechos verificables -de lo contrario, la reconstrucción del pasado sería fantasiosa. El pasado es, entonces, una narración imaginaria y creativa de nuestra historia, pero no una fantasía llena de licencias y caprichos.

Pues bien, justamente estas consideraciones son de invaluable utilidad para nuestro enfoque terapéutico porque -me atrevo a decir- la mayoría de los casos clínicos que se atienden en los distintos consultorios de psicoterapia constituyen problemas acerca del relato que los pacientes tienen sobre sí mismos y de su pasado. Se trata de relatos o bien frecuentemente fantasiosos acerca de su vida afectiva, o bien incompletos (por falta de datos verídicos), o bien poco verosímiles. De modo que no es extraño que esas versiones que los pacientes tienen de su pasado a menudo choquen con la realidad que viven y sean fuente principal de terribles desencuentros emocionales, trastornos de conducta y diversas situaciones neuróticas e, incluso, depresivas. Así que modificar el relato que el paciente tiene de su vida, de tal modo que explique con mayor verosimilitud y congruencia las desdichas y aciertos por los que ha cursado a través de los años, sería el meollo propiamente dicho de la psicoterapia de enfoque socio-histórico.

Esta reorganización del relato de los pacientes puede darse de dos maneras diferentes: 1) reestructurando los datos de la historia personal alrededor de una nueva relación entre ellos, gracias a la intervención de algún otro elemento integrador del relato; o bien, 2) "reimprontando" el pasado de los pacientes a través de la consideración de los "hubieras" como situaciones biográficas recuperables.

Pero esto -la reestructuración y la reimprontación- son temas a desarrollar en otro artículo.



viernes, 4 de julio de 2014

El "hubiera" sí existe


Alejandro Rozado

Si no hubiese llovido en la noche del 17 al 18 de junio
de 1815 [en Waterloo], el porvenir de Europa
hubiera cambiado.
VÍCTOR HUGO


En cierta ocasión, Carlos Fuentes observó algo interesante sobre las semejanzas entre el juego de ajedrez y la vida misma. Citaba al célebre matemático polaco y gran divulgador de la ciencia, Jacob Bronowsky, quien concebía que “las jugadas que imaginamos mentalmente, para luego descartarlas, son parte del juego tanto como las jugadas que verdaderamente efectuamos”. El novelista mexicano apuntaba su deseo de que todos supiésemos “confortarnos” con dicha idea.

Desde luego que Fuentes se refería a la hechura de sus propias novelas; sin embargo, la reflexión puede ampliarse a otras áreas de la vida –pues la vida misma es concebible metafóricamente como un juego inmenso de posibilidades ajedrecísticas. Aprovechemos, pues, la sugerencia de este importante escritor, afirmando que la vida personal no es simplemente una relatoría de lo que hemos hecho a lo largo del tiempo, sino también todas aquellas opciones que tuvimos como posibles y que, sin embargo, no tomamos -principalmente por falta de claridad o de madurez.

Vista así, nuestra vida no es un mero currículum de hechos sucesivos sino una biografía plena de potencialidades entretejidas: “Yo no soy sólo el comerciante que soy ahora sino también el médico que pude haber sido si hubiese ingresado en la facultad de medicina pero que por sobrecupo fui rechazado”. “Y yo no soy solamente la mujer que experimenta dolor en el coito (dispareunia) sino también soy aquélla, más desinhibida, que podría disfrutar del sexo de no haber sido violada a los 12 años”… O sea, no sólo soy lo que he sido sino también lo que pude ser, pues aún existen guardadas, e intactas, esas variantes de mí mismo que estaban proyectadas para realizarse. Todavía están vigentes en mí las cualidades psicológicas que no desarrollé porque opté por un camino determinado en las bifurcaciones de mi vida. Por tanto, todavía puedo, incluso, regresar al lugar en donde me desvié y retomar psicológicamente otra dirección.

"Retomar psicológicamente". Es decir: no puedo cambiar mi pasado, porque "lo hecho, hecho está", pero sí puedo rescatar mi identidad perdida entre todas aquellas encrucijadas ante las cuales tuve que decidir cierto rumbo.  

La trascendencia socioterapéutica de lo anterior es enorme, pues abre la posibilidad casi instantánea de liberarse de fatalidades asumidas tan pasivamente con frasesitas comúnmente usadas como: "el hubiera no existe". Al desafiar clichés como éste, rescatamos una visión socialmente más rica de nuestro ser: saber que pude haber transitado por otra vida, de haber tenido otra circunstancia o la oportunidad que no se me presentó, mantiene intocadas mis capacidades de ser alguien significativo en la vida. Cierto, lo que pasó, pasó; pero, con Fuentes, nosotros añadiríamos: "también soy todo aquello que no hice pero que pude hacer"... Es decir, yo soy muchos otros yoes con los que también me identifico, soy una fraternidad de yoes relacionados entre sí.

Descubrir nuestros propios "hubieras", y cuestionarlos (dudar de su fatalidad), es de crucial importancia no sólo para la eliminación de culpas y demás trastornos neuróticos instalados desde nuestro pasado, sino también para integrar nuestra personalidad con todos aquellos sueños irrealizados que siguen, por decirlo así, activos potencialmente.

Por ejemplo, Juan puede ser ciertamente ese hombre irresponsable con su propia vida adulta -especialmente desde que se juntó con amistades inadecuadas de la adolescencia; pero Juan también es ese niño brillante y bien intencionado que fue y que prometía grandes logros profesionales para su futuro. Las cualidades de ese niño permanecen perfectamente puras en la vida adulta y desastrosa de Juan; pero para recuperarlas positivamente, Juan tendría que desafiar la idea fatalista de que él no pudo haber sido una mejor persona, porque "los hubieras no existen". ¡Claro que sí existen!, al menos en terapia. 

La psicoterapia de enfoque socio-histórico vislumbra toda esa potencialidad vital que somos y nos ayuda a recuperarla con toda su riqueza.


 

jueves, 3 de julio de 2014

La invención social de la soledad


Alejandro Rozado

With a little help from my friend...

No es lo mismo estar solo que sentirse solo. El problema de la soledad es uno de los grandes asuntos de la modernidad. Al destejerse los lazos de comunión de las sociedades tradicionales, al distenderse las relaciones familiares en favor de la autonomía de las personas, al enajenarse el trabajo y el entretenimiento comercial, al consagrarse los derechos humanos individuales como fundamento de la civilización occidental, el hombre comenzó a sentirse solo. Si además consideramos que el pensamiento moderno ha prescindido cada vez más de la figura de Dios, entonces el síndrome de la soledad se acentúa.

Pero identifiquemos una verdad sociológica actual: la soledad es un invento social; una creación de la sociedad en cierto estado de su desarrollo en que necesita que los hombres se vean a sí mismos libres y autosuficientes -pero solos. Más específicamente: la forma capitalista en que está organizado el mundo contemporáneo requiere de hombres que se conciban a sí mismos individuos; es decir: seres libres, autosuficientes y solos ante el mercado. La soledad, por tanto, es una ideología social necesaria a partir de la cual se derivan modelos culturales e, incluso, estados de ánimo individualizados. Sin embargo, podemos desafiar con cierta facilidad este asentamiento socio-cultural.

Para ello, partamos de un acto de conciencia bastante obvio -aunque poco admitido-: uno nunca está realmente solo. Siempre hay alguien o algo que nos acompaña, como una sombra, mientras vamos de aquí para allá tanto en el sueño como en la vigilia. Lo anterior es más que evidente cuando convivimos con otras personas (una fiesta, el lugar colectivo de trabajo, etc.); pero no es menos cierto cuando estamos a solas (es decir, cuando no hay nadie a nuestro alrededor). Cuando esto último ocurre, en realidad estamos virtualmente acompañados -y no necesariamente por una sola persona imaginaria sino por muchas más.

Como en la portada del clásico LP de los Beatles: Sargent Pepper's Lonely Hearts Club Band, a menudo el individuo está rodeado por un nutrido grupo de personalidades que han influido directa o indirectamente en la formación de nuestra conciencia. Puede que dichas personalidades hayan existido hace mucho tiempo (Sócrates, Jesús, etc.) o puede que hasta sean productos de la ficción literaria (el Quijote, don Juan, Edmundo Dantés, Madam Bovary) o incluso cinematográfica (Humphrey Bogart, Marilyn Monroe o Marcello Mastroianni, por mencionar algunos). O puede también que sean los personajes más importantes de nuestra propia biografía: los padres, los abuelos, los hermanos, algunos maestros, compañeros de escuela, el primer novio o novia.

No importa si estas socializaciones de la conciencia personal son portadoras de emociones y sentimientos negativos, como el miedo, la culpa o la maledicencia. Lo cierto es que están siempre acompañándonos. Y estas compañías diversas nos influyen sistemáticamente: condicionan e incluso determinan muchas de nuestras maneras de sentir, pensar, decir y hacer.

Lo malo es que seamos poco conscientes de este hecho psico-sociológico tan cotidiano; ignorarlo limita nuestra libertad individual. En buena medida, somos libres cuando decidimos con quién juntarnos, a quién acercarnos y de quién aprender. ¿Por qué no decidir por quién dejarnos acompañar en nuestro mundo interior, cuando estamos solos?

Para ello, lo primero que se necesita es tener claridad de quiénes son los personajes que cotidiana y sistemáticamente influyen, positiva o negativamente, en nuestros comportamientos y estados de ánimo. Aquella persona que se comporta con una "baja autoestima" es muy probable que tenga virtualmente a su lado alguien que no deja de descalificarla en toda situación vivida. En cambio, quien toma usualmente buenas decisiones seguramente es asesorado inconscientemente por alguna personalidad sabia y prudente. En ambos casos, es preciso descubrir de quién se trata, de quién es la sombra que influye poderosamente en nuestras vidas, con quiénes deliberamos cuando estamos a punto de tomar decisiones específicas.

Lo segundo necesario en este orden de ideas es decidir si es conveniente y deseable ese tipo de compañías virtuales o no. Por ejemplo, ¿por qué aceptar la convivencia interior con alguien que nos ha destruido la vida?, ¿en verdad es destino fatal socializar todos los días con el padre o la madre castrantes que han de habitar nuestras mentes hasta el fin de nuestros días? ¿Acaso no podemos relacionarnos, al interior de nosotros mismos, con quien mejor nos convenga para tener una buena vida?

Si, en el fondo, la categoría de ciudadano es la culminación formal de un largo proceso de socialización histórica que hace de cada ser humano un ser "jurídicamente libre", entonces lo que hace falta para que dicho ciudadano lo sea realmente es que emancipe su mente de numerosas psico-socializaciones introyectadas de manera inconsciente y pueda elegir con mayor intensidad consciente las relaciones sociales que configuren más apropiadamente su mundo interior.

La psicoterapia de enfoque socio-histórico concibe que la soledad encierra una auténtica interacción social en la mente de cada persona con amplias posibilidades de elección.

 

La terapia de enfoque socio-histórico y las terapias tradicionales


Alejandro Rozado

La nueva psicoterapia de enfoque socio-histórico se distingue de las terapias tradicionales en varios aspectos. Aquí mencionaré brevemente las diferencias que esta terapia de nuevo tipo mantiene respecto de las terapias administradas por la gran corriente del psicoanálisis y su enfoque psicodinámico en general, así como por la terapia familiar y la socioterapia tradicional.

En primer lugar, la terapia de enfoque socio-histórico es un paso adelante respecto del enfoque psicodinámico, el cual ha privilegiado el entendimiento de los transtornos afectivos y de comportamiento a partir de una perspectiva biográfico-emocional del paciente y no tanto de los procesos conflictivos de la socialización primaria y secundaria que experimentan los hombres y mujeres de nuestra cultura.

La terapia de enfoque socio-histórico también es un avance respecto de la psicoterapia familiar (estructural o sistémica), la cual si bien atiende con eficacia las pautas de interacción en las que el paciente participa al interior de los sistemas en que se desenvuelve (familia, trabajo, etc.), carece de un enfoque crítico que observe las condiciones histórico-culturales que hacen posible dichas pautas particulares.

Finalmente, la psicoterapia de enfoque socio-histórico representa un desarrollo mayor al alcanzado por la socioterapia tradicional que practican los titulados en trabajo social, ya que éstos centran sus esfuerzos en un plano de acción inmediata de apoyo al paciente para reinsertarlo funcionalmente al medio social, pero carecen de una perspectiva teórico-social que comprenda con mayor cabalidad los cambios que están ocurriendo en la posmodernidad avanzada de hoy.

En suma, nuestra propuesta terapéutica se distingue porque:

- concibe al paciente como alguien determinado por la sociedad histórica en que le tocó nacer y desarrollarse. La solución de sus problemas, por tanto, tendrá que darse en función de su época y no en función exclusiva de su persona;

- considera que el paciente debe cuestionarse el individualismo tan característico de la modernidad, el cual presupone que la vida comienza con el yo singular y que “uno es el arquitecto de su propio destino”. En realidad, el individuo es menos todopoderoso de lo que se nos ha hecho creer. Resulta más realista percibirnos a nosotros mismos como la pequeña parte de un flujo histórico mayor que lleva un sentido propio, independientemente de nuestra voluntad, del cual no es tan fácil apartarse –al menos con tan poca conciencia;

- por tanto, nuestras más sensatas soluciones abandonan la perspectiva meramente "individualista" y están dotadas de un mayor sentido de la realidad social que nos rodea. Con la terapia de enfoque socio-histórico la noción de libertad también cambia: de un “hago lo que se me pega la gana” pasamos a un “hago lo que tengo que hacer, según me dicte mi conciencia de responsabilidad social”.

- y finalmente, la psicoterapia de enfoque socio-histórico opina que la interacción social en la que todos participamos no es una mera dinámica de juego al interior de un sistema abstracto, cuyas leyes serían válidas universalmente y como si no hubiese contextos históricos específicos que enmarcan a dichas interacciones. Al contrario, toda interacción social ocurre siempre en una época cultural e histórica compleja. Por ejemplo, el funcionamiento de una familia varía según si ésta es de tipo tradicional, moderno o posmoderno. Las alternativas terapéuticas, por tanto, varían en consonancia con lo anterior.

Para conocer más acerca de la este enfoque terapéutico, visita los artículos y ensayos del mismo tema que figuran en este blog.

 

miércoles, 2 de julio de 2014

Introducción a una psicoterapia de enfoque socio-histórico


Alejandro Rozado

La psicoterapia de enfoque socio-histórico es un servicio terapéutico dentro del campo de la salud cuyo punto de partida es considerar al paciente aquejado por sus problemas emocionales como un sujeto histórico y social; esto es, como alguien cuya psicología se ha formado decisivamente entre grandes y pequeños conflictos culturales y ante los cuales no permanece ajeno. De hecho, las respuestas –conscientes o no- que el paciente ofrece a sus problemas personales forman parte de la conflictiva cultural en la cual está inmerso. Los impactos psíquicos y de comportamiento provocados por los problemas sociales contemporáneos como los de la inseguridad pública, la precariedad del empleo, el malestar contemporáneo del amor, la debilidad de los lazos de cercanía solidaria, la anomia social y la pérdida de perspectiva a futuro, son incuestionables y confunden directa o indirectamente a la existencia humana en sus dilemas particulares.

Una psicoterapia de nuevo tipo así concebida contempla que la sobreimposición de las diferentes herencias culturales que nos configuran como seres históricos influye de manera poderosa en nuestras formas de responder psicológicamente a las diversas situaciones que enfrentamos. En este sentido, cada individuo constituye un verdadero punto de intersección de varias culturas en conflicto y de varios círculos sociales en intercambio continuo. De una manera u otra, la psique de cada ser contemporáneo puede concebirse como un lugar de choques culturales sistemáticos que contribuyen al desequilibrio emocional y a la búsqueda –a veces desesperada- de soluciones.

Justamente esta psicoterapia de nuevo tipo surge en un momento histórico (la llamada posmodernidad) con el fin de comprender mejor al hombre de nuestro tiempo; en particular, al que pertenece a la civilización occidental y que, por lo mismo, está condicionado al menos por tres tipos de grandes concepciones diferentes: la tradicional, la moderna y la posmoderna o decadente. Nadie escapa a estas determinaciones sociales; todo mundo vive de manera particular el conflicto entre estas tres formas culturales a las que pertenecemos en forma desigual y combinada.

Otro rasgo definitorio de esta psicoterapia de nuevo tipo es la percepción del sujeto como un ser en constante interacción social, formando parte de múltiples unidades de acción recíproca –estables o efímeras- que complican su cuadro de respuestas personales ante los estímulos de la vida. Desde este enfoque, es imposible ignorar que la situación emocional y psicológica en general del individuo se encuentra inseparablemente ligada a los contextos en que vive. Como dijera José Ortega y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia; para cambiar yo, tengo que cambiar mi circunstancia”, o bien –añadiríamos- “para cambiar yo, también puedo cambiar de circunstancia”. Lo importante aquí es destacar que el individuo y su contexto social de intercambios son parte de la misma cosa: un obrero en una línea de producción observado celosamente por un supervisor, un hijo identificado como problemático en una familia disfuncional o en un vecindario hostil, un político más o menos bien intencionado en un nido de corrupción, un vanidoso cantante de rock expuesto a la fama, una muchacha bonita -pero con baja autoestima- rodeada de envidias cotidianas, un chico débil en un salón de clases donde se practica el bullying, etc.

Ahora bien, cada contexto siempre se expresa en una forma específica de interacción social (abierta o cerrada, jerárquica o igualitaria, plural o unitaria, etc.), dependiendo de la cultura o mezcla de culturas históricas. De modo que el mosaico de contextos en que cada individuo se mueve es tan complejo que a menudo resulta difícil ubicar la problemática de cada quien. La psicoterapia de nuevo tipo que aquí proponemos busca aportar elementos ordenadores que ayuden a situar el momento y circunstancia por los que atraviesa un paciente en problemas y por los cuales se ve afectado psicológicamente. Los paradigmas de ubicación histórico-contextual (como la distinción entre las formas de vida tradicional, moderna y decadente de nuestra cultura occidental) son verdaderamente estratégicos y cada vez más necesarios para una terapia efectiva en tiempos tan confusos y vertiginosos como los nuestros, porque dotan al sistema terapeuta-paciente de una perspectiva más amplia -cuando muchas veces no la hay- y un rumbo más claro hacia dónde dirigirse psicológica y socialmente.

Finalmente, es importante destacar que en la historia de la psicología clínica, desde el psicoanálisis hasta las constelaciones familiares, con frecuencia se han incorporado –aunque sea inconscientemente- encuadres de socioterapia histórica en la medida que la interacción social del paciente está básicamente presente en muchas de las técnicas de intervención terapéutica. En otras palabras, nuestro enfoque rescata el aspecto interactivo de la psicología moderna y sus diferentes corrientes interpretativas. Así, desde el punto de vista intrapsíquico, el individuo nunca está solo; siempre se encuentra en constante interacción con sus fantasmas (figuras simbólicas principales de su vida que son portadoras, a su vez, de las distintas formas en que la cultura se expresa afectivamente en la persona), sus yos psiconalíticos (el ello, el super yo…), sus yos desfasados del presente (el yo del pasado o “niño interior” y el yo proyectado en el futuro o el “cuando yo sea grande”), etc. El empleo de estas figuraciones en la práctica de la psicoterapia y sus técnicas de intervención constituye una convergencia notable con los planteamientos de la terapia socio-histórica.

Las posibilidades de una terapia así concebida son enormes. Las diversas teorías sociológicas e historicistas aportan al terapeuta importantes, enriquecedores y novedosos puntos de vista para entender y apoyar al hombre contemporáneo.