miércoles, 2 de julio de 2014

Introducción a una psicoterapia de enfoque socio-histórico


Alejandro Rozado

La psicoterapia de enfoque socio-histórico es un servicio terapéutico dentro del campo de la salud cuyo punto de partida es considerar al paciente aquejado por sus problemas emocionales como un sujeto histórico y social; esto es, como alguien cuya psicología se ha formado decisivamente entre grandes y pequeños conflictos culturales y ante los cuales no permanece ajeno. De hecho, las respuestas –conscientes o no- que el paciente ofrece a sus problemas personales forman parte de la conflictiva cultural en la cual está inmerso. Los impactos psíquicos y de comportamiento provocados por los problemas sociales contemporáneos como los de la inseguridad pública, la precariedad del empleo, el malestar contemporáneo del amor, la debilidad de los lazos de cercanía solidaria, la anomia social y la pérdida de perspectiva a futuro, son incuestionables y confunden directa o indirectamente a la existencia humana en sus dilemas particulares.

Una psicoterapia de nuevo tipo así concebida contempla que la sobreimposición de las diferentes herencias culturales que nos configuran como seres históricos influye de manera poderosa en nuestras formas de responder psicológicamente a las diversas situaciones que enfrentamos. En este sentido, cada individuo constituye un verdadero punto de intersección de varias culturas en conflicto y de varios círculos sociales en intercambio continuo. De una manera u otra, la psique de cada ser contemporáneo puede concebirse como un lugar de choques culturales sistemáticos que contribuyen al desequilibrio emocional y a la búsqueda –a veces desesperada- de soluciones.

Justamente esta psicoterapia de nuevo tipo surge en un momento histórico (la llamada posmodernidad) con el fin de comprender mejor al hombre de nuestro tiempo; en particular, al que pertenece a la civilización occidental y que, por lo mismo, está condicionado al menos por tres tipos de grandes concepciones diferentes: la tradicional, la moderna y la posmoderna o decadente. Nadie escapa a estas determinaciones sociales; todo mundo vive de manera particular el conflicto entre estas tres formas culturales a las que pertenecemos en forma desigual y combinada.

Otro rasgo definitorio de esta psicoterapia de nuevo tipo es la percepción del sujeto como un ser en constante interacción social, formando parte de múltiples unidades de acción recíproca –estables o efímeras- que complican su cuadro de respuestas personales ante los estímulos de la vida. Desde este enfoque, es imposible ignorar que la situación emocional y psicológica en general del individuo se encuentra inseparablemente ligada a los contextos en que vive. Como dijera José Ortega y Gasset: “yo soy yo y mi circunstancia; para cambiar yo, tengo que cambiar mi circunstancia”, o bien –añadiríamos- “para cambiar yo, también puedo cambiar de circunstancia”. Lo importante aquí es destacar que el individuo y su contexto social de intercambios son parte de la misma cosa: un obrero en una línea de producción observado celosamente por un supervisor, un hijo identificado como problemático en una familia disfuncional o en un vecindario hostil, un político más o menos bien intencionado en un nido de corrupción, un vanidoso cantante de rock expuesto a la fama, una muchacha bonita -pero con baja autoestima- rodeada de envidias cotidianas, un chico débil en un salón de clases donde se practica el bullying, etc.

Ahora bien, cada contexto siempre se expresa en una forma específica de interacción social (abierta o cerrada, jerárquica o igualitaria, plural o unitaria, etc.), dependiendo de la cultura o mezcla de culturas históricas. De modo que el mosaico de contextos en que cada individuo se mueve es tan complejo que a menudo resulta difícil ubicar la problemática de cada quien. La psicoterapia de nuevo tipo que aquí proponemos busca aportar elementos ordenadores que ayuden a situar el momento y circunstancia por los que atraviesa un paciente en problemas y por los cuales se ve afectado psicológicamente. Los paradigmas de ubicación histórico-contextual (como la distinción entre las formas de vida tradicional, moderna y decadente de nuestra cultura occidental) son verdaderamente estratégicos y cada vez más necesarios para una terapia efectiva en tiempos tan confusos y vertiginosos como los nuestros, porque dotan al sistema terapeuta-paciente de una perspectiva más amplia -cuando muchas veces no la hay- y un rumbo más claro hacia dónde dirigirse psicológica y socialmente.

Finalmente, es importante destacar que en la historia de la psicología clínica, desde el psicoanálisis hasta las constelaciones familiares, con frecuencia se han incorporado –aunque sea inconscientemente- encuadres de socioterapia histórica en la medida que la interacción social del paciente está básicamente presente en muchas de las técnicas de intervención terapéutica. En otras palabras, nuestro enfoque rescata el aspecto interactivo de la psicología moderna y sus diferentes corrientes interpretativas. Así, desde el punto de vista intrapsíquico, el individuo nunca está solo; siempre se encuentra en constante interacción con sus fantasmas (figuras simbólicas principales de su vida que son portadoras, a su vez, de las distintas formas en que la cultura se expresa afectivamente en la persona), sus yos psiconalíticos (el ello, el super yo…), sus yos desfasados del presente (el yo del pasado o “niño interior” y el yo proyectado en el futuro o el “cuando yo sea grande”), etc. El empleo de estas figuraciones en la práctica de la psicoterapia y sus técnicas de intervención constituye una convergencia notable con los planteamientos de la terapia socio-histórica.

Las posibilidades de una terapia así concebida son enormes. Las diversas teorías sociológicas e historicistas aportan al terapeuta importantes, enriquecedores y novedosos puntos de vista para entender y apoyar al hombre contemporáneo.

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