sábado, 5 de julio de 2014

El problema del relato de nuestro pasado

 
 
Alejandro Rozado
 
El historiador es un profeta que mira hacia el pasado.
FRIEDRICH SCHLEGEL

Si en terapia los "hubiera" sí existen (ver en este blog el artículo: http://nuevasocioterapia.blogspot.mx/search/label/El%20%22hubiera%22%20s%C3%AD%20existe), ello significa que algo podemos hacer con nuestro pasado. Pero, ¿qué es, para nuestros propósitos, el pasado?

Para los historiadores modernos, el pasado -como su exclusivo objeto de estudio- no es un cuerpo inerte y pasivo semejante a una piedra en observación, sino que es una entidad viva y en continuo cambio; el pasado es, entonces, un misterio fascinante: el gran relato de nuestras vidas, individuales y colectivas, sujeto a constantes modificaciones. Las diferentes versiones que nos vamos dando de nuestro pasado dependen, desde luego, de los nuevos datos descubiertos que alteran la visión de los hechos históricos; pero también dependen de ciertas transformaciones -digamos, trascendentes- que ocurren en nuestro presente y que nos obligan a revisar toda nuestra historia con nuevos ojos. Esto quiere decir que, con frecuencia, el presente modifica al pasado.

Esto nos precipita hacia una reflexión más atrevida: a saber, que el pasado entonces puede ser visto no como aquello que ya pasó y está perdido "allá atrás" -en alguna dimensión de la realidad exterior-, sino como un conocimiento en continua elaboración presente, organizado en nuestra memoria en forma de narración acerca de nosotros mismos. En otras palabras, el pasado es la versión elaborada aquí y ahora acerca de la vida que hemos tenido; versión que interviene activamente en nuestra cotidianeidad condicionando actitudes y ánimos diversos.

Sin embargo, no se puede operar sobre el pasado cualquier tipo de modificación, sino sólo aquellas que se sustenten en hechos verificables -de lo contrario, la reconstrucción del pasado sería fantasiosa. El pasado es, entonces, una narración imaginaria y creativa de nuestra historia, pero no una fantasía llena de licencias y caprichos.

Pues bien, justamente estas consideraciones son de invaluable utilidad para nuestro enfoque terapéutico porque -me atrevo a decir- la mayoría de los casos clínicos que se atienden en los distintos consultorios de psicoterapia constituyen problemas acerca del relato que los pacientes tienen sobre sí mismos y de su pasado. Se trata de relatos o bien frecuentemente fantasiosos acerca de su vida afectiva, o bien incompletos (por falta de datos verídicos), o bien poco verosímiles. De modo que no es extraño que esas versiones que los pacientes tienen de su pasado a menudo choquen con la realidad que viven y sean fuente principal de terribles desencuentros emocionales, trastornos de conducta y diversas situaciones neuróticas e, incluso, depresivas. Así que modificar el relato que el paciente tiene de su vida, de tal modo que explique con mayor verosimilitud y congruencia las desdichas y aciertos por los que ha cursado a través de los años, sería el meollo propiamente dicho de la psicoterapia de enfoque socio-histórico.

Esta reorganización del relato de los pacientes puede darse de dos maneras diferentes: 1) reestructurando los datos de la historia personal alrededor de una nueva relación entre ellos, gracias a la intervención de algún otro elemento integrador del relato; o bien, 2) "reimprontando" el pasado de los pacientes a través de la consideración de los "hubieras" como situaciones biográficas recuperables.

Pero esto -la reestructuración y la reimprontación- son temas a desarrollar en otro artículo.



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