jueves, 3 de julio de 2014

La invención social de la soledad


Alejandro Rozado

With a little help from my friend...

No es lo mismo estar solo que sentirse solo. El problema de la soledad es uno de los grandes asuntos de la modernidad. Al destejerse los lazos de comunión de las sociedades tradicionales, al distenderse las relaciones familiares en favor de la autonomía de las personas, al enajenarse el trabajo y el entretenimiento comercial, al consagrarse los derechos humanos individuales como fundamento de la civilización occidental, el hombre comenzó a sentirse solo. Si además consideramos que el pensamiento moderno ha prescindido cada vez más de la figura de Dios, entonces el síndrome de la soledad se acentúa.

Pero identifiquemos una verdad sociológica actual: la soledad es un invento social; una creación de la sociedad en cierto estado de su desarrollo en que necesita que los hombres se vean a sí mismos libres y autosuficientes -pero solos. Más específicamente: la forma capitalista en que está organizado el mundo contemporáneo requiere de hombres que se conciban a sí mismos individuos; es decir: seres libres, autosuficientes y solos ante el mercado. La soledad, por tanto, es una ideología social necesaria a partir de la cual se derivan modelos culturales e, incluso, estados de ánimo individualizados. Sin embargo, podemos desafiar con cierta facilidad este asentamiento socio-cultural.

Para ello, partamos de un acto de conciencia bastante obvio -aunque poco admitido-: uno nunca está realmente solo. Siempre hay alguien o algo que nos acompaña, como una sombra, mientras vamos de aquí para allá tanto en el sueño como en la vigilia. Lo anterior es más que evidente cuando convivimos con otras personas (una fiesta, el lugar colectivo de trabajo, etc.); pero no es menos cierto cuando estamos a solas (es decir, cuando no hay nadie a nuestro alrededor). Cuando esto último ocurre, en realidad estamos virtualmente acompañados -y no necesariamente por una sola persona imaginaria sino por muchas más.

Como en la portada del clásico LP de los Beatles: Sargent Pepper's Lonely Hearts Club Band, a menudo el individuo está rodeado por un nutrido grupo de personalidades que han influido directa o indirectamente en la formación de nuestra conciencia. Puede que dichas personalidades hayan existido hace mucho tiempo (Sócrates, Jesús, etc.) o puede que hasta sean productos de la ficción literaria (el Quijote, don Juan, Edmundo Dantés, Madam Bovary) o incluso cinematográfica (Humphrey Bogart, Marilyn Monroe o Marcello Mastroianni, por mencionar algunos). O puede también que sean los personajes más importantes de nuestra propia biografía: los padres, los abuelos, los hermanos, algunos maestros, compañeros de escuela, el primer novio o novia.

No importa si estas socializaciones de la conciencia personal son portadoras de emociones y sentimientos negativos, como el miedo, la culpa o la maledicencia. Lo cierto es que están siempre acompañándonos. Y estas compañías diversas nos influyen sistemáticamente: condicionan e incluso determinan muchas de nuestras maneras de sentir, pensar, decir y hacer.

Lo malo es que seamos poco conscientes de este hecho psico-sociológico tan cotidiano; ignorarlo limita nuestra libertad individual. En buena medida, somos libres cuando decidimos con quién juntarnos, a quién acercarnos y de quién aprender. ¿Por qué no decidir por quién dejarnos acompañar en nuestro mundo interior, cuando estamos solos?

Para ello, lo primero que se necesita es tener claridad de quiénes son los personajes que cotidiana y sistemáticamente influyen, positiva o negativamente, en nuestros comportamientos y estados de ánimo. Aquella persona que se comporta con una "baja autoestima" es muy probable que tenga virtualmente a su lado alguien que no deja de descalificarla en toda situación vivida. En cambio, quien toma usualmente buenas decisiones seguramente es asesorado inconscientemente por alguna personalidad sabia y prudente. En ambos casos, es preciso descubrir de quién se trata, de quién es la sombra que influye poderosamente en nuestras vidas, con quiénes deliberamos cuando estamos a punto de tomar decisiones específicas.

Lo segundo necesario en este orden de ideas es decidir si es conveniente y deseable ese tipo de compañías virtuales o no. Por ejemplo, ¿por qué aceptar la convivencia interior con alguien que nos ha destruido la vida?, ¿en verdad es destino fatal socializar todos los días con el padre o la madre castrantes que han de habitar nuestras mentes hasta el fin de nuestros días? ¿Acaso no podemos relacionarnos, al interior de nosotros mismos, con quien mejor nos convenga para tener una buena vida?

Si, en el fondo, la categoría de ciudadano es la culminación formal de un largo proceso de socialización histórica que hace de cada ser humano un ser "jurídicamente libre", entonces lo que hace falta para que dicho ciudadano lo sea realmente es que emancipe su mente de numerosas psico-socializaciones introyectadas de manera inconsciente y pueda elegir con mayor intensidad consciente las relaciones sociales que configuren más apropiadamente su mundo interior.

La psicoterapia de enfoque socio-histórico concibe que la soledad encierra una auténtica interacción social en la mente de cada persona con amplias posibilidades de elección.

 

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